Ford completa su amplia gama de monovolumen con un modelo más compacto, urbanita e innovador en todos los aspectos, desde la concepción de su carrocería hasta el motor.
La silueta del B-Max no adelanta todo lo que esconde en su interior. Podría decirse que en un C-MAX, ya muy conocido, pero algo más pequeño, aunque desde algunos ángulos resulta difícil diferenciarlos. Con 4,08 metros de largo, es realmente compacto, pues no hay que olvidar que está realizado sobre la base del Fiesta, un excelente punto de partida. La innovación empieza cuando queremos acceder a su interior, ya que las puertas delanteras se abren de la forma normal, pero las traseras con correderas y entre ellas no hay pilar central. Esto permite dejar un hueco de nada menos que 1,5 metros de ancho para acceder al habitáculo. Ningún otro vehículo del mercado ofrece un espacio tan amplio y esta ventaja está especialmente bien pensada para colocar a los niños en su sillita o si hay que acomodar a personas mayores con un movilidad limitada en los asientos traseros.
Los técnicos de Ford han solucionado la supresión del pilar central colocándolo en las propias puertas, con unos anclajes especiales en la parte superior e inferior. Los cinturones de seguridad delanteros van sujetos al propio asiento y el único inconveniente de este sistema es que las puertas correderas restan anchura en la parte trasera, algo justa, y que cerrarlas desde dentro es algo complicado y exige fuerza, por lo que no hubiera estado de más un sistema eléctrico para moverlas, al menos opcional.
En cuanto a la posición de los pasajeros de la zona trasera es tan agradable como delante, situados altos y con buena visibilidad. El maletero tampoco es demasiado generoso, pero tiene unas formas regulares y cuenta con un sistema que permite regular el piso a varias altura, para crear varios “niveles”. Además, se pueden abatir los asientos traseros (que no son deslizantes) pero también se puede plegar hacia delante el asiento del acompañante, con lo que se pueden transportar objetos de hasta 2,35 metros de largo.
El motor tricilíndrico 1.0 Ecoboost con turbo es otra de las sorpresas del B-MAX, aunque este propulsor ya ha sido probado por AutoRevista en el Ford Focus y está presente en otros modelos de la marca. A pesar de todo, sigue sorprendiendo por su respuesta a pocas vueltas y ausencia de vibraciones y ruido, a pesar de ser un tres cilindros. Al principio su sonido y su tacto resultan algo raros, lo que puede hacernos pensar que es un diésel, pero a medida que coge temperatura cualquier parecido con un propulsor de gasóleo desaparece, tan sólo nos lo puede recordar por su elasticidad. El cambio manual es de cinco velocidades pero tiene un tacto perfecto por recorridos y suavidad, aunque en algunos momentos se echa de menos una sexta relación.
La excelente plataforma de partida hace que el comportamiento del B-MAX sea realmente agradable. Las suspensiones son firmes, pero sin perjudicar en ningún momento la comodidad. Apenas balancea en curvas y transmite una confianza que muchos de sus rivales no dan al conductor ni a los pasajeros, ya que la carrocería se mantiene firme en todo tipo de carreteras. No parece que vayamos conduciendo un pequeño monovolumen más que por la mayor altura a la que vamos situados, perfecta para gozar de una mayor visibilidad. La dirección tiene un tacto que también resulta excelente, con menos de tres vueltas de volante entre topes y un radio de giro que le permite moverse perfectamente en ciudad.
El equipamiento del acabado Titanium es realmente completo e incluye siete airbags (con el de rodillas del conductor), además del control de estabilidad y tracción. También existe la posibilidad de montar opciones de seguridad activa y pasiva muy interesantes a precios asequibles, como el Active City Stop capaz de frenar el coche para evitar colisiones por alcance a menos de 30 km/h (300 euros), cámara de visión trasera en un paquete que incluye los sensores de parking y retrovisores plegables (450 euros).
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